jueves, 13 de junio de 2013

“Melancoholia”, escalas de la tristeza



La melancolía es una profunda tristeza y una gran desesperanza ante el vacío y la nada; ante la incertidumbre que surge cuando constatamos la falsedad o la fragilidad de nuestras más profundas y arraigadas creencias, por ejemplo, la existencia de Dios o el sentido de la vida.

En el filme Melancholia (2011), de Lars von Trier, se muestra la experiencia de este sentimiento en dos escalas diferentes: primero, se aprecia la experimentación de la melancolía a un nivel individual, y posteriormente a un nivel universal.

Así, en la primera parte del filme, se observa el transcurso de la fallida fiesta de esponsales de Justine: con el paso del tiempo, la protagonista se muestra cada vez más incómoda y triste, lo que va molestando de manera creciente a los invitados e incluso a su esposo, quien al final de la fiesta decide dejarla.

Si bien se adivina que Justine sufre algún desorden depresivo, puede observarse que su melancolía en ese momento deriva del vacío y de la falsedad que percibe en la celebración: se da cuenta de que en esa fiesta no hay nada auténtico, pues muchos de los invitados en realidad no se sienten felices por ella, y aun su propia madre hace comentarios aludiendo al futuro fracaso de su matrimonio.

La perspectiva de esta farsa pone en entredicho las creencias de Justine acerca de diversas instituciones como el matrimonio o la familia, y acerca de sentimientos como el amor o la amistad. La melancolía de la protagonista deriva de constatar que sus ideales y convicciones no son sino palabras huecas y sin sentido.

El comportamiento melancólico de Justine, además, provoca una respuesta negativa por parte de los invitados: para ellos la fiesta, aunque con sus reveses, sigue siendo una fiesta, y tanto el ritual de la boda como la institución matrimonial conservan su valor; es sólo el comportamiento inadecuado de la novia lo que les amarga la noche.

En esta escala, entonces, el vacío y el sinsentido que generan la melancolía son percibidos por un sólo individuo, que resulta molesto para quienes conservan creencias firme sobre el orden y valor de las cosas, aquéllos cuyas convicciones no se tambalean.

“A veces te odio tanto”, le dice a Justine su hermana, Claire, molesta ante su actitud, pues para ella todo es ordenado y coherente, salvo la actitud de su hermana. El melancólico, de este modo, es alguien que está fuera del orden social: su percepción del Universo y de la vida es incomprensible y molesta para el resto de la gente.

En la segunda parte del filme, no obstante, se presenta el sentimiento de la melancolía desde una escala mucho mayor: una en la que toda la gente experimenta el vacío de la vida.

En este caso, quien encarna la melancolía no es tanto Justine, sino Claire, su hermana, quien se ve atormentada ante la idea de colisión entre el planeta Melancholia y la Tierra.

Cuando Claire se da cuenta de que la colisión es inminente intenta huir de casa, pero se da cuenta de que eso es inútil: todo el planeta, no sólo su ciudad, será destruido. Posteriormente, intenta hacer una especie de “último brindis”: tomarán, su hermana y ella, una última copa de vino y escucharán música en lo que esperan que el planeta choque con la Tierra, sin embargo, Justine le hace ver que eso es inútil también: un último brindis no hará que su vida haya valido más la pena.

Claire se sumerge entonces en una melancolía infinita, pues constata que no existe ninguna esperanza, que su vida, a pesar del mucho o poco empeño que haya puesto en vivirla, se extinguirá igual que del más vil de los insectos o que la del más ilustre de los hombres, y peor aún, comprende que ésta será una muerte definitiva: no quedará nada ni nadie que dé testimonio de ella o de la humanidad a la que perteneció. Sus creencias, de igual manera, se extinguirán con todo lo demás, pues ¿cómo puede existir Dios en un Universo en el que no hay nadie para creer en Él?

Aquí la melancolía ya no puede ser individual: eventualmente, por mucho que intenten evitarlo, todo ser humano en el planeta se rendirá ante el vació que implica la colisión entre Melancholia y la Tierra: ¿qué se puede esperar, en qué se puede creer cuando se habita un planeta que dejará de existir para siempre en unos minutos?

Al fin, todas aquéllas personas “tranquilas” acaban por entender al melancólico que antes despreciaban. Sin embargo, es ahora éste quien los desprecia: para él la experiencia del sinsentido y del vacío no es nueva, y sabe lo que es hallarse sin asideros; el melancólico desprecia la ansiedad y la desesperación de los demás, su falta de resignación, su poco temple para aceptar algo que desde siempre fue evidente para él.

“A veces te odio tanto”, le dice de nuevo Claire a Justine, pero ésta vez el sentido y el contexto son bien diferentes: en esta ocasión se lo dice porque Justine le hace ver que todas sus esperanzas son vanas, que debe resignarse ante el fin, y también se lo dice porque envidia su tranquilidad, porque no comprende cómo puede permanecer impávida ante la nada que se avecina.

Así, en la escala más pequeña, el vacío y el sinsentido de la existencia es percibido sólo por el ser individual, lo que provoca que sea despreciado por el resto de la gente, para quien la vida conserva su coherencia. No obstante, en la escala universal, los papeles se invierten: el melancólico mantiene el control y desprecia al resto de los seres, otrora tranquilos, que se desmoronan ante la visión del caos.

Melancholia, entonces, muestra los efectos de la tristeza melancólica en dos escalas: individual y colectiva, pero también pone de manifiesto las distintas interacciones que existen entre los seres afectados por este oscuro sentimiento.

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