domingo, 12 de enero de 2014

Los Juegos del Hambre, una saga psicoanalítica


El parricidio es central en la teoría psicoanalítica desarrollada por Sigmund Freud y continuada, en parte, por Herbert Marcuse.

Esta idea explica no sólo el desarrollo de la libido del infante, sino también la constitución y evolución de la sociedad organizada, y pueden encontrarse múltiples referencias a ella en distintos productos culturales, siendo uno de ellos la saga de Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins.

Durante las siguientes semanas, se trazará un paralelo entre el desarrollo de la obra de Collins y la teoría psicoanalítica. Para ello se esbozará un pequeño resumen de la idea del parricidio, y luego se vinculará con momentos importantes en el desarrollo de la saga (spoilers).

El marco freudiano 

En Tótem y Tabú, Freud explica el comportamiento de las sociedades primitivas a través del "mito científico", según el cual este tipo de comunidades eran dominadas por una macho tiránico (el padre), quien monopolizaba a las hembras de la tribu y obtenía satisfacción inmediata de sus deseos y necesidades, y que al mismo tiempo sometía a los machos jóvenes (hijos), quienes debían ocupar su tiempo en los trabajos requeridos por la tribu, por lo que reprimían sus deseos y retrasaban o anulaban su satisfacción.

No obstante, en algún momento, los hijos decidieron rebelarse, por lo que asesinan al padre en un intento por acabar con la repartición desequilibrada de placer y dolor.

Sin embargo, explica Marcuse, la destrucción total del padre más que terminar con la injusticia, habría conducido a la disolución de la comunidad: "La aniquilación de su persona amenaza con aniquilar la misma vida duradera de grupo y restaurar la destructiva fuerza prehistórica y subhistórica del principio del placer" (Eros y Civilización, 72).

Así, el nuevo gobierno instaurado por los hermanos tuvo que perpetuar el antiguo orden pero a través de una nueva forma: el padre original se vuelve una divinidad, y la dominación y la represión se internalizan: con la muerte del padre nace la culpa, y con ella cada individuo se vuelve su propio juez.

Si antes era el padre quien castigaba a los hijos que buscaban la satisfacción del placer en vez de trabajar por el bien de la tribu, ahora, con la culpa, cada individuo se encarga de hacer ese trabajo sobre sí mismo.

La divinización e idealización del padre original, además, facilitaría el ascenso al poder de individuos sobresalientes que pudieran encarnar el modelo del patriarca.

Se observa, entonces, que la revolución llevada a cabo por los hermanos en contra del padre no tiene el resultado esperado: en vez de provocar la liberación, el parricidio sólo cimienta la dominación y el sometimiento al internalizar la culpa y al facilitar el ascenso de nuevos patriarcas. Al final, "El rey es asesinado por la gente, no para hacerse libre, sino para que puedan poner sobre sí mismos un yugo más pesado", concluye Otto Rank, otro de los discípulos de Freud, en El trauma del nacimiento.

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